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domingo, 2 de noviembre de 2025

EL ASESINATO DEL ALCALDE DE URUAPAN: LA MUERTE COMO CASTIGO AL DEBER

 

* El Estado lo dejó solo. Y lo asesinaron entre velas, música y la mirada de su hijo

 

* ¿Cuánto más aguantara el pueblo mexicano? Para inundar las calles de manifestaciones y exigir al gobierno de Claudia Sheinbaum que cumpla con lo mas mínimo, que es garantizar la seguridad en México  

 

Por: EXPEDIENTE SECRETO

 



URUAPAN, MICHOACÁN, MÉXICO. 2 de noviembre de 2025.- Carlos Manzo sabía que lo iban a matar. Lo dijo, lo repitió, lo advirtió. Pero el Estado mexicano, ese que presume abrazos y no balazos, ese que se indigna ante las críticas, lo dejó solo. Y lo asesinaron entre velas, música y la mirada de su hijo, en pleno Festival de Día de Muertos.

 

“Mira, papi, la Catrina”, alcanzó a decir el pequeño antes de que el horror se impusiera sobre la celebración. Manzo estaba contento. Caminaba entre la gente de Uruapan, la ciudad que gobernaba, con esa mezcla de orgullo y temor que acompaña a los pocos políticos que aún se atreven a confrontar al crimen organizado.

 

Apenas minutos después, cayó acribillado. No fue casualidad. No fue un crimen más. Fue un mensaje.

 

Manzo había denunciado públicamente amenazas del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) y había señalado, sin rodeos, al gobernador michoacano. “No me quiere porque no simpatizo con sus políticas corruptas y nefastas”, dijo hace tres meses en un video que hoy se lee como epitafio.

 

También pidió ayuda. Suplicó, con voz cansada pero firme, que el gobierno federal mirara hacia Michoacán. “Le pedimos a la presidenta Sheinbaum que escuche, que recapacite, que nos atienda.”

 

La respuesta fue el silencio. Y en México, el silencio también mata.

 

Como Bernardo Bravo, líder limonero asesinado días atrás por alzar la voz, Carlos Manzo se convirtió en símbolo involuntario de un país donde la valentía se paga con sangre y la crítica se castiga con plomo.

 

Y mientras tanto, el ritual de siempre: comunicados de condolencias, promesas de justicia, un minuto de silencio que no borra la omisión de años. Los mismos funcionarios que no escucharon en vida se apresuran a condenar su muerte. Los mismos voceros que piden “no politizar la tragedia” son quienes han hecho de la impunidad su sistema político.

 

Pero no se trata de raja política, sino de responsabilidad pública. Porque la política no es para acumular poder ni repartir favores: es para servir. Y cuando un alcalde es asesinado en plena vía pública, frente a su hijo, el fracaso es del Estado entero.

 

El poder de Morena llegó prometiendo una “renovación moral”. Pero cada asesinato como el de Carlos Manzo exhibe el rostro desnudo del régimen: un gobierno que se indigna ante la crítica, pero tolera la barbarie. Que presume abrazos, pero reparte entierros.

 

Bernardo Bravo y Carlos Manzo murieron pidiendo lo mismo: vivir en paz. Murieron exigiendo que el gobierno hiciera su trabajo. Hoy son nombres en una lista interminable, en un país donde defender la verdad equivale a firmar la sentencia de muerte.

 

¿Seguirá la respuesta oficial siendo el silencio? ¿Seguirán diciendo que no es momento de culpas mientras los muertos se acumulan?
Porque si no es ahora, cuando un alcalde cae en medio de una fiesta popular, ¿cuándo será?

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