¿SE HUNDIRÁ SHEINBAUM CON LA 4T?
Por: Solange Márquez
En un lodazal de corrupción, abuso de poder y
ostentación, la 4T se hunde lentamente bajo el peso de sus propias
contradicciones. Lo que vendieron como un proyecto de austeridad y humildad terminó
por develarse como un circo cuyos integrantes hacen gala de una ostentación que
haría sonrojar hasta a Enrique Peña Nieto.
Legisladores, gobernadores, y funcionarios de
Morena y del régimen se pasean por el mundo en vuelos en primera clase,
acumulan propiedades inexplicables para sus ingresos, o son acusados de nexos
con grupos del crimen organizado. Su conducta exhibe un flagrante
desprecio por los supuestos valores que los llevaron al poder.
El caso de Sergio Gutiérrez y su esposa
#DatoProtegido, con su vida de privilegios, relojes costosos y ropa de marca, o
el reciente viaje a Japón de Andrés Manuel López Beltrán, “Andy”, hijo del
expresidente, son apenas síntomas de una enfermedad terminal que carcome las
entrañas de Morena: la absoluta inexistencia de una brújula moral.
La carta de López Beltrán, lejos de justificar su
viaje a Tokio, generó más encono. Un texto en el que él termina siendo la
víctima y balbucea sobre austeridad y una supuesta medianía que no encaja con
pagar entre 150 mil y 200 mil pesos solamente en hospedaje, en un hotel
que costaba “solo” 7,500 pesos por noche.
Y en medio de este lodazal, Claudia Sheinbaum parece
atrapada entre la lealtad a su antecesor y la urgencia de afirmar su propia
autoridad ante la diáfana evidencia de que el país se le está cayendo a
pedazos. Su respuesta a la carta de López Beltrán, un tímido “prefiero no
opinar” seguido de un evasivo “tengo un claro posicionamiento”, huele a
indecisión y a un intento lastimoso de deslinde. Pero la ambigüedad es un lujo
que ya no puede permitirse.
Si Sheinbaum quiere sobrevivir políticamente, tendrá que dar
un manotazo en la mesa. Emular el arresto de Raúl Salinas de Gortari en
1995, un golpe audaz de Ernesto Zedillo contra la constante injerencia de su
antecesor, podría marcar la diferencia. Zedillo entendió que debía
romper con el pasado para legitimarse; lo mismo hicieron, en su momento,
presidentes como López Portillo, quien envió a Echeverría como embajador ante
la UNESCO, o De la Madrid, que se distanció de las políticas populistas de
su antecesor y marginó a sus operadores dentro del gabinete.
Lo que hoy ocurre con la filtración de los viajes de López
Beltrán, las acusaciones contra Adán Augusto o los lujos de
legisladores y funcionarios, podría no ser obra de la prensa ni de la
oposición, sino fuego amigo desde Palacio Nacional. Un intento de debilitar
al obradorismo duro para que Sheinbaum pueda ejercer el poder sin
tutelas.
Los escándalos recientes no son anécdotas aisladas, sino
grietas que revelan la podredumbre de un proyecto que prometió demasiado y ha
cumplido poco o nada. Legisladores gastando millones en lujos, un penthouse
adquirido por un funcionario con sueldo supuestamente austero, y el hijo del
expresidente derrochando en Japón mientras desde Palacio se predica
la austeridad. Estos excesos no solo traicionan a quienes votaron por la 4T,
sino que exponen la hipocresía de un movimiento que se jacta de ser distinto y
ha resultado peor. Sheinbaum, al guardar silencio, se arriesga a confirmarse
cómplice de esta farsa.
Hay quienes argumentarán que Sheinbaum no está detrás de los
escándalos, sino que lidia con una crisis heredada: una 4T corroída por
la corrupción y la indisciplina. La cautela presidencial sería
un intento de evitar un choque frontal con López Obrador y los suyos;
pero en política, la indecisión es una forma de claudicación, y su silencio
será leído como connivencia. Mantenerse al margen ya no es opción.
El arresto de Raúl Salinas no es solo una referencia
histórica, sino una lección: Zedillo usó esa acción para enviar un
mensaje claro: no toleraría la injerencia ni los excesos del pasado. Sheinbaum
enfrenta un dilema que ya advertí en un artículo previo: “sabe que sin el apoyo
de AMLO no habría ganado la elección, pero también que, si no se
sacude esa sombra, no podrá gobernar”. Esa es la tensión que define su
presidencia: o asume plenamente el poder y rompe con quienes la arrastran al
descrédito, o quedará reducida a una figura incapaz de liberarse de la tutela
de su creador. La historia no perdona a los títeres.
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