AUTORITARISMO, LEGADO POPULISTA
Por: Ruth Zavaleta Salgado
Ciudad de México, 29 de septiembre de 2024. El lunes, por
fin, termina el sexenio populista del presidente Andrés Manuel López
Obrador, pero nos deja su legado: reformas constitucionales para acabar con la
democracia y transitar formalmente hacia el régimen autoritario. Mediante
la aprobación de la reforma constitucional para someter al Poder Judicial,
Morena y sus aliados han convertido la división de Poderes en una
simulación, como lo fue antes del año 2000, cuando el presidente de la
República en turno ejercía poder metaconstitucional y el PRI era hegemónico.
Frente a los resultados del 2 de junio, el Poder Judicial y
los órganos autónomos, que también quieren desaparecer, son las únicas
instituciones que le podían hacer contrapeso a un gobierno con mayoría
hegemónica en el Poder Ejecutivo y Legislativo de los tres niveles de gobierno
(federal, estatal y municipal), por ende, las únicas que pueden limitar el
abuso de poder y evitar la tiranía. ¿Por qué al presidente López Obrador le
urgió hacer estos cambios constitucionales? Porque hoy sí tiene los votos, y
porque, ahora queda claro, ése es su proyecto de Cuarta Transformación: impedir
que haya equilibrio y contrapeso de poder, y, sobre todo, evitar rendir cuentas
(no olvidemos que el sexenio se distinguió por la opacidad de los costos de las
obras emblemáticas, declaradas “de interés público y seguridad nacional”).
En el primer trienio de su mandato (2018-2021) no hizo estos
cambios constitucionales, porque, bien a bien, no supo cómo hacerlos y sólo
avanzó en lo que el Congreso, obsequiosamente, le concedió: la constitucionalización
de los apoyos universales. Incluso, muchos legisladores de oposición se
jactaron de haber votado a favor esas reformas, pensando, quizás, que
hacían el bien común, o tal vez creyeron que los beneficiarios iban a
reconocerles su buena voluntad, pero no fue así. Como dice Timothy Snyder:
“La obediencia anticipatoria es una tragedia política”(2017). El efecto de esos
cambios quedaron a la vista con los resultados electorales del mes de
junio. Los votos de la mayoría de los 27 millones de beneficiarios que reciben
esos apoyos mediante transferencias directas, fue uno de los factores
determinantes para que Morena y sus aliados lograran tener tan buenos
resultados.
En su segundo trienio de gobierno (2021-2024), ya sabía qué
quería, pero no pudo conseguirlo porque no tenía los votos suficientes. No
obstante, él y sus legisladores lo intentaron mediante argucias legislativas,
sin embargo, el Poder Judicial lo impidió. Así se evitó que sometieran a los
árbitros, es decir, la desaparición del INE y el Tribunal Electoral, incluso,
la militarización de la GN. Pero, aprendida la lección en 2021, el Presidente
se aplicó en intensificar su forma autoritaria de ejercer el poder
mediante la demagogia, y no escatimó recursos con tal de lograr lo que él llamó
su plan C: tener los votos necesarios para reformar la Constitución y doblegar
a las instituciones que le representan algún riesgo.
Así son los populistas, ya lo habíamos escrito en este mismo
espacio. Al Presidente le estorbaban los contrapesos y la rendición de cuentas,
por eso, de forma permanente, intentó mandar al diablo a las instituciones
electorales, de transparencia y de justicia. En resumen, antes de septiembre no
pudo reformar la Constitución por tres razones: no tenía los votos suficientes;
los integrantes de esas instituciones levantaron la voz para defender las
instituciones; y a esta defensa se sumaron los ciudadanos y un gran
número de periodistas, empresarios, académicos, etcétera.
Pero, hoy, las cosas son diferentes, el presidente López
Obrador tiene los votos y los está usando en los últimos días de su
mandato para aprobar reformas constitucionales que erosionan nuestro
régimen democrático mediante la demolición de las instituciones que
durante los últimos treinta años habíamos construido, después de haber
derrocado el presidencialismo autoritario en el año 2000, cuando iniciaron las
alternancias presidenciales.
Ante tales circunstancias, surge la duda ¿qué forma de
gobernar adoptará la Presidenta electa? ¿Reencausará el camino para reconstruir
nuestro régimen democrático? ¿O seguirá fortaleciendo la vía autoritaria del
populismo? Falta poco para saberlo.
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