DULCE: OTRA FLORENCE, PERO NO FRANCESA
*Una mañana del 2004, tras dejar a su hijo en el kínder, fue levantada y llevada a la antigua SIEDO, donde la torturaron para que confesara el secuestro del hijo de un empresario de la comunidad judía; 18 años y siete meses después, sigue interna en el Reclusorio Femenil Tepozanez, en prisión preventiva y sin sentencia, por un delito que ella no cometió
¿CUÁL ES LA HISTORIA?
Imagine que un día va a dejar a su hijo de cinco años de
edad al kínder y de regreso a su casa le detiene un vehículo con hombres
armados que le obliga a subirse a la unidad. Imagine que son las 9 de la
mañana, un 16 de febrero de 2004; entonces le mantienen en privación de su
libertad mientras es víctima de tortura, malos tratos y acusaciones que no
entiende. Cuatro horas más tarde, aparece usted en las oficinas de la
Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO),
con el señalamiento de pertenecer a una banda dedicada al secuestro. Horas
después, le presentan ante el ministerio público, pero no para declarar, sino
para firmar una declaración ya hecha, después de horas y horas de golpes. Usted
resiste y no firma. Luego le bajan a las “calderas” de la SIEDO y le ponen una
cámara de video enfrente; arriba de ella, unas cartulinas con las
contestaciones que debe dar a las preguntas que un hombre le hace: “¿Por qué
estás aquí?”, en la respuesta, usted alcanza a visualizar –con el poco aliento
y energía tras los golpes y mientras tiene las manos amarradas hacia atrás- “por
secuestradora”. Pero no, decide no leerlo tal cual y contesta “ahí dice que por
secuestradora”. Mala respuesta; sus captores le golpean en la cabeza y le jalan
aún más los brazos hacia atrás. “Lee bien”, le ordenan. Usted decide no
hacerlo, y así transcurre el tiempo contestando preguntas mal leídas. Usted
piensa en su hijo de cinco años, ¿quién irá por él? Nadie sabe que usted está
ahí, en las oficinas donde supuestamente se procura justicia en este
país, tras horas de golpizas, gritos y amenazas. Ruega por una llamada,
una sola que le permita avisar en el jardín de niños que alguien más debe
recoger a su niño. Se la conceden con una condición: que no diga dónde está.
Luego, unas cachetadas más, otros golpes en las costillas. Han pasado 12
horas de su captura sin orden de aprehensión y sin entender qué está
pasando. Sin agua, sin comida. Algo dentro de usted, una luz de esperanza le
dice: esto se aclarará, ellos se darán cuenta que no soy ninguna secuestradora,
me dejarán ir.
Pierde la noción del tiempo. Luego la suben a un cuarto
donde ve a quien fue su jefe: el empresario textilero Salomón Yedid;
piensa que es una salvación, pero no. Él le dice que confiese que usted
secuestró a su hijo, un caso que conoció y para el que incluso se ofreció como
testigo dos años atrás. Escucha decir que ese expediente debe resolverse y
comprobarse el delito de secuestro, que para eso se necesita encontrar a los
culpables; una vez procesado el caso como un real secuestro, la
aseguradora paga una cantidad pactada al empresario.
Le vuelven a amenazar, ahora con matar a su hijo si no
acepta que participó en el plagio de esa persona de la comunidad judía. ¿Cómo
logró el empresario entrar a la SIEDO, estar con los agentes de la Agencia
Federal de Investigación (AFI) y amenazar a la persona acusada? No lo sabe, no
lo entiende. Piensa que la pesadilla pasará. Pero ¿sabe qué? La pesadilla no
pasa. No pasa nunca.
Un día despierta en el Reclusorio Femenil Tepozanes, en
Nezahualcóyotl, Estado de México, y se da cuenta que han transcurrido 18 años y
siete meses en prisión por un delito que no cometió y por el que,
increíblemente, aún no tiene sentencia. Sí, sí… sí. Casi dos décadas de su
vida en el encierro y sin sentencia porque la única que hubo en 2007
recibió un “recurso de alzada” que la tiró y por tanto sigue en prisión
preventiva con el caso abierto. ¿Por qué permanece abierto? Porque no cuadran
las declaraciones, porque un peritaje oficial demostró que las firmas de éstas
no eran suyas, porque se evidenció que se violaron sus derechos, porque se
asentó que no hay pruebas de que usted haya secuestrado a nadie, porque se
acreditó la tortura. Pero, ¿sabe qué? Eso no importa al sistema, ni a los
jueces, ni a los magistrados, ni a los ministros de la Suprema Corte de
Justicia. A nadie de ellos les indigna que usted sea una mujer que se
llama Dulce María Obregón Cervantes y que sea probablemente la
interna con más años en prisión sin una sentencia; que tras las rejas ha visto
pasar su vida. Ahora ese niño de cinco años de edad que dejó aquella mañana en
el kínder tiene 24 años y es un joven con inestabilidad emocional que ha
intentado quitarse la vida porque no entiende qué pasó con su madre. Creció sin
entender quién se la arrebató.
Usted es Dulce María Obregón Cervantes, con la carpeta
19/200-4, con 18 años y siete meses de su vida sin volver a caminar por
las calles de su país, sin abrazar a su familia, sin dormir en una cama
decente, sin viajar, sin ir a un mercado, sin ir al cine, sin acariciar a un
perro. Usted es víctima de una cúpula policial-empresarial-gubernamental que
dominó México a su antojo en la época de los “super policías” Genaro
García Luna y Luis Cárdenas Palomino, ahora ambos encarcelados y procesados en
Estados Unidos. ¿Pero la Corte se ha preguntado quiénes son las demás víctimas
de ese sistema corrupto y oscuro que siguen viviendo una pesadilla? Parecería
que no. Porque usted, Dulce María Obregón Cervantes, sigue dentro sin que
su caso sea conocido. No es Florence Cassez, no tuvo la atención de su
país natal, Francia, ni los reflectores de los medios, porque es una mexicana
más que está en el olvido de todas y todos. Que vende quesadillas y demás
comida dentro del penal para enviar dinero a su hijo; que duerme con la
angustia de cómo estará creciendo, desarrollándose, haciéndose adulto sin
usted. Que espera que un día sus pies toquen al fin la acera de una banqueta en
la libertad, esos pies que ingresaron al encierro a sus tiernos 28 años de edad
y ahora tienen 47 años.
Dulce María Obregón Cervantes, todos deberíamos ser
usted y exigir que su caso sea atendido; que no se puede tener a alguien en
prisión “preventiva” durante casi 19 años por un delito que no cometió,
mientras el mundo afuera sigue como si nada. Dulce María Obregón Cervantes,
que no se nos olvide su nombre.
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