ESTÁ FLACA LA CABALLADA, SEÑOR PRESIDENTE
Héctor De Mauleón
*Solo consiguió exhibir la precariedad inmensa que lo rodea,
la soledad en que se encuentra
Abril 27 de 2021. En su “mañanera” de ayer, el presidente
López Obrador informó que “el otro día estaba haciendo un recuento de
cuántos intelectuales de renombre han asumido una postura consecuente”, lo
que para él significa una postura de apoyo a su gobierno: “Eran, según mis
cálculos, diez”, dijo.
Titubeante, paradójicamente incapaz de recordar los nombres
de algunos estos “intelectuales de renombre” (su vocero tuvo que soplarle
apellidos, y a veces, nombres y apellidos completos), el presidente enlistó
las potencias intelectuales con las que cuenta: “Elena Poniatowska, Lorenzo
Meyer, Enrique Galván (Ochoa)”.
Tras una digresión en la que recordó los nombres de
intelectuales ya fallecidos que alguna vez apoyaron su movimiento (Carlos
Monsiváis), Hugo Gutiérrez Vega, José María Pérez Gay, Sergio Pitol, Fernando del
Paso, Arnaldo Córdova y Luis Javier Garrido), López Obrador
concluyó: “Nos quedamos con muy pocos”.
Enumeró: “Fabrizio Mejía, Pedro Miguel, Damián Alcázar, Luis
Mandoki, los dos hermanos Bichir, Epigmenio (Ibarra) y tres
moneros (…): Hernández, Helguera y El Fisgón”.
“¿Y hasta ahí, eh?”, concluyó.
Si lo que el presidente quería era mostrar el “gran desequilibrio”
que existe entre los diez intelectuales que lo apoyan y “los 2,200” que
integran, según sus palabras, “la intelectualidad conservadora,
cooptada, al servicio de una minoría rapaz” (es decir, la intelectualidad que
ha marcado distancia de su gobierno o que de plano se ha convertido en crítica
de este), solo consiguió exhibir la precariedad inmensa que lo
rodea, la soledad en que se encuentra, la profundidad de su derrota en el
terreno que sus sueños de grandeza histórica aspiraban conquistar: el de las
ideas y de la inteligencia.
En el espectáculo más bien triste ofrecido ayer, el
presidente López Obrador aceptó que el grueso de los intelectuales mexicanos le
ha dado la espalda; la raquítica lista que enumeró con dificultad me hizo
recordar un clásico del priismo de los años 70: aquella frase con la que el
cacique Rubén Figueroa se refirió a quienes aspiraban a suceder en la
presidencia de la república a Luis Echeverría
Porque, con todo respeto, “la caballada está flaca”.
López Obrador ha encarnado un gobierno profundamente
antiintelectual. Son innumerables las muestras de su desprecio por el
conocimiento, y de su repudio hacia las ideas. Ha maltratado a la comunidad
cultural, acusándola de corrupción, de abuso, de enriquecimiento: la ha
golpeado con despidos, cierre de programas y recortes presupuestales.
Y al mismo tiempo ha beneficiado con ayudas, préstamos,
contratos, proyectos millonarios y espacios televisivos a los “intelectuales”
que él considera “congruentes”: quienes le hacen propaganda.
Hace un año anticipó el surgimiento de una nueva intelectualidad
que bañaría al país de luz a la vera de su movimiento. “Así como surgieron
los escritores, los pintores, los muralistas después
de la Revolución, así se tiene que ir dando”, dijo en una “mañanera”.
“Necesitamos los Diego Rivera, los Orozco, los Siqueiros, los
Tamayo…”, agregó.
De momento solo tiene a tres moneros —y a un escritor al que
Guillermo Sheridan le ha comprobado repetidamente sus plagios.
Gabriel Zaid señaló en su artículo más reciente que hay
un declive observable en la esperanza que López Obrador despertó y
que ha ido disminuyendo mediante la acumulación de sus fracasos.
Parte de ese declive está relacionado con el alejamiento y
el rechazo de “los 2,200 intelectuales” que no están con él, ni con su proyecto
de restauración del viejo régimen autoritario. La resonancia que tienen
estas voces hace que la caída sea cada vez más observable. Y a él no le gusta
ese espejo.
Es por eso que el presidente carga contra los intelectuales
un día sí y el otro también. ¿Qué pasa cuando un gobierno se divorcia de la
llamada “intelligentsia”? Ha ocurrido otras veces, muchas veces. Lo que suceda
aquí lo constataremos pronto, o más o menos pronto.
De momento pensemos en los libros y en las obras que esa
“intelligentsia” ha dado a México en los últimos 40 años. Pensemos luego en un presidente
que se ha quedado solo, de espaldas a todo, escuchando las voces de esos diez
que le aplauden, lo celebran y lo alaban.
Se entiende su molestia, su irritación, su resentimiento. Su
enojo.
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