LA DEMOCRACIA MAFIOSA
Por: Ricardo Ravelo
Pero esta carnicería electoral no ocurre en Colombia: está
pasando en México, el país que el Presidente Andrés Manuel López Obrador se
comprometió a pacificar en su primer tramo de Gobierno y cuyo ofrecimiento no
ha cumplido.
Si el acto de votar es considerado “un ejercicio civilizado”
–nada más utópico– todo esto queda en mera retórica cuando el proceso electoral
se ha convertido en una verdadera barbarie donde ninguna autoridad pone orden.
En la guerra política el hombre retrocede a sus orígenes más salvajes, lejos de
la civilidad, el orden, la legalidad y el buen juicio. Todo esto está borrado,
pues hoy se compite por una alcaldía no con ideas ni con propuestas sino con
dinero y armamento, con la metralla. La disputa de una alcaldía es motivo de
odios, venganzas, traiciones, amenazas y muerte.
La sangre que corre por todo el territorio indica que en el
país ya no se compite por un cargo de elección popular sino por una plaza del
narcotráfico, un botín enfermizamente deseado. Y, en el fondo, hay mucho de
cierto.
Con las 15 gubernaturas que se van a renovar el próximo 6 de
junio los reacomodos criminales son una realidad. Los cárteles que actualmente
operan en esos territorios probablemente tendrán que negociar con el próximo Gobernador
o bien desatar una oleada de violencia más cruenta para apropiarse del
territorio y convertirlos en feudos de su propiedad.
Es muy posible que más de un grupo criminal desate la guerra
a otra organización rival para echarlo de la plaza; también es muy viable que
los próximos mandatarios utilicen a sus aliados del crimen para llevar a cabo
las tradiciones “operaciones barredora”, que consisten en desatar una oleada de
matanzas para eliminar a los narcotraficantes enemigos. No es descabellado que,
desde las cúpulas del poder político o empresarial, se conformen grupos armados
y paramilitares para echar de las plazas a los viejos dueños una vez que un
nuevo jerarca ha llegado al poder central de alguna de las entidades en disputa
Todo esto se ve venir dada la intensidad de la lucha
electoral, que también es criminal, y que se disputa igual que el crimen
organizado pelea por un territorio, así como el Cártel de Jalisco Nueva
Generación (CJNG) irrumpió en Aguililla, Michoacán, o en Guanajuato para
enfrentar a José Antonio Yépez Ortiz, “El Marro”, cuando este criminal
detentaba el poder en El Bajío.
No hay ninguna diferencia entre la disputa política y la
criminal. En los hechos es lo mismo: se trata de lucha territorial que se gana
con violencia, con dinero público –o del crimen– y con asesinatos de
contrincantes.
Pero pese a esta carnicería electoral hay quienes afirman
que este ejercicio es democrático y civilizado. Parece que nadie ve cómo corren
los ríos de sangre y cómo caen los candidatos masacrados después de pronunciar
un discurso, al término de una gira o en plenos recorridos tanto en zonas
rurales como urbanas. En cualquier rincón aparece la mano asesina, el comando,
la emboscada; el crimen organizado impone su ley frente a un Gobierno y un
árbitro electoral –el INE– impotentes o cómplices de la barbarie.
El escenario no podía ser más caótico. No se recuerda un
proceso electoral tan agitado por la violencia como el actual, aunque hay que
decir que el narcotráfico siempre ha sido un elector letal. No negocia ni hace
política: corrompe o mata. Esa es su ley y hoy es más que evidente en todos los
rincones del país donde priva un atroz vacío de poder porque a lo largo de más
de dos años y medio de Gobierno no se les ha combatido ni con palabras.
Llama la atención que mientras el país se le deshace en
violencia y asesinatos el Presidente Andrés Manuel López Obrador –hábil en la
evasión de las realidades que políticamente lo taladran– diga que la prensa
amarillista es la que pone énfasis en la violencia electoral. Entre lo
importante y lo periodístico, la prensa ha optado por lo segundo simplemente
porque todos los días es noticia el asesinato de un ser humano que contiende
por un cargo de elección popular. Y es noticia porque hay balazos, armamento de
alto poder y porque el crimen organizado está convertido en el gatillero de una
mafia que lo ha dejado suelto e impune.
El mismo mandatario sabe, y de sobra, que el territorio que
dice gobernar está controlado en un elevado porcentaje por las redes del crimen
organizado: en total con 16 cárteles los que están desatados por todas partes y
ejercen violencia de manera impune. Ninguna autoridad pone un alto, ni el
Ejército, cuya presencia es verdaderamente escandalosa en el país. Los
militares son espectadores de yeso frente a la ola de matanzas.
A esto debe sumarse que más del 60 por ciento del territorio
no está controlado por el Estado. Hay vacío legal en gran parte del país y ahí
donde hay ausencia de legalidad impera el crimen, la política criminal y la
llamada narcopolítica, flagelos que el Presidente elude reconocer.
Lo que es un hecho claro es que en las elecciones del
próximo 6 de junio serán electos –o impuestos–cientos de candidatos del crimen
organizado: una nueva cauda de políticos financiados por las redes mafiosas
arribarán a las gubernaturas, a las alcaldías, a los congresos estatales y, por
su puesto, al Congreso de la Unión. Así, ningún cambio se avizora prometedor
para el país.
Esta es la democracia que se festina, una democracia
criminal por no llamarla mafiocracia. Ante esta realidad bien cabe preguntar:
¿Qué tanto vale la pena votar el 6 de junio si desde hace décadas ocurre lo
mismo y el país simplemente no sale de su atraso? ¿Con qué bases se construye
esa democracia? ¿Con balazos, asesinatos y financiamiento mafioso? Se persigue
el ideal democrático, pero no se practica, en los hechos, la democracia. Todo
queda en mera ideación, pues los ideales muchas veces no conducen a las
acciones. Es el eterno retorno a la esperanza frustrada. Por ello, esa llamada
democracia mexicana sigue siendo una ilusión que desata pasiones y arrastra a los
creyentes, igual que lo hacen las iglesias y las mezquitas. El 6 de junio será
como un llamado a misa. Unos irán a lanzar peticiones al aire frente a un ídolo
de barro y otros acudirán a votar creyendo en un cambio que nunca llega. Y así,
por siempre, en la eterna frustración.
A lo largo de los siglos los gobiernos y las iglesias han
ofrecido un paraíso y jamás han cumplido. La sociedad –pobre sociedad– sigue
creyendo que el bienestar depende de la creencia y de los políticos. Nada más
falso. Actualmente la política sigue sirviendo a los intereses fácticos y la
sociedad poco o nada les importa. Los políticos ya son una clase mafiosa que
busca afanosamente el poder –con balas, asesinatos, amenazas y cañonazos de
dinero– para entronizarse en la cúspide del poder, enriquecerse y sentirse
poderosos porque, fuera del poder político, para ellos la vida no tiene ningún
sentido.
Este proceso electoral pasará a la historia como uno de los
más violentos y desa
seados. El Presidente Andrés Manuel López Obrador –un candidato
más que hace campaña desde Palacio Nacional– rompió las reglas del juego y
nadie lo sometió a la legalidad; los gobernadores se pasean por doquier
inaugurando obras, impulsando a sus candidatos y financiando las campañas de
sus aliados. El INE, donde se pregona la legalidad pero no se aplica en forma
equitativa, observa lo que le conviene pero deja impune muchos actos ilegales
que son claros a todas luces. Es evidente que el árbitro ha quedado rebasado.
Y el narco, en lo suyo: amenazando y matando.
Esta es la democracia y la civilidad.
¡Qué horror!
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