EL CAMPO DE LA MUERTE DE TEUCHITLÁN
*A solo una hora de Guadalajara el Cártel Jalisco tenía un
campo de adiestramiento y exterminio
Por: Héctor De Mauleón
A Indira Navarro, líder del colectivo, se le enchinó la piel.
Nueve años buscando a su hermano desaparecido y relata que nunca había visto
una imagen tan brutal. Algunas de las 40 madres buscadoras que ingresaron aquel
día al rancho de La Estanzuela rompieron en llanto. El colectivo
sabía, a través de varias llamadas anónimas, que a solo una hora de Guadalajara
el Cártel Jalisco tenía un campo de adiestramiento y exterminio. El
lugar, un racho abandonado desde hace varios años, había sido intervenido en
septiembre pasado por la Guardia Nacional. Entonces se dijo que diez
personas fueron detenidas y otras dos liberadas. Pero el gobierno del emecista
Enrique Alfaro y la fiscalía de Joaquín Méndez le echaron tierra al asunto.
Para las buscadoras, la llamada más importante vino de un
joven que hace tres años fue “levantado” por sicarios del cártel y permaneció
un mes ahí en contra de su voluntad —hasta que un día logró escapar.
Ese informante les dijo que al rancho, de unos cinco mil
metros cuadrados, los sicarios le llamaban “el kínder”. Era el primer filtro de
ingreso a las filas del Cártel Jalisco.
Cuando el informante llegó, tenían retenidas en el campo a
unas 200 personas. Algunas habían llegado atraídas por falsas promesas de
empleo o simplemente tras ser privadas de la libertad. Muchos otros se habían
sumado por decisión propia.
Todos eran jóvenes. A cada uno le habían puesto un apodo. Cada
mañana les “pasaban lista por apodos” y los sometían a un
entrenamiento físico brutal: eran entrenados “para resistir y matar”.
Quienes eran castigados quedaban amarrados a la intemperie
durante días enteros. Si la “falta” era grave se les obligaba a pelear hasta
que uno de los contrincantes moría. Los que no rendían o no resistían la dureza
del entrenamiento eran asesinados, seccionados, quemados y enterrados en pozos
cavados por los mismos reclutas.
“Todo el tiempo nos ponían a cavar pozos”, les dijo el
informante.
Quienes sobrevivían a ese primer filtro pasaban al siguiente
nivel: integrar células enviadas a pelear a Zacatecas y otros estados. Según el
informante, había un nivel más, en el que se operaba ya en grupos de élite
entrenados por kaibiles y exmilitares: las fuerzas especiales del cártel.
“Busquen. En el rancho hay más, mucho más”, les dijo el
informante.
La búsqueda comenzó el 5 de marzo pasado: unas 40 buscadoras
acompañadas por elementos de la Guardia Nacional. “Había cargadores
tirados, esposas, casquillos, aros aprehensores, montículos extraños en la
tierra”, dice Indira Navarro.
Había también altares dedicados a la Santa Muerte y objetos de
santería.
“De verdad se enchinaba la piel —relata Navarro—. Había una
enorme sensación de dolor y de tristeza. Una de nuestras compañeras dijo,
llorando: ‘Puede estar mi hijo aquí’. No sé cómo explicarlo: hallamos tres
crematorios clandestinos, artesanales, en los que había dientes y pedazos de
hueso, de cráneos. Lo que más me perturbó fue pensar que habían quedado ahí las
ilusiones de cientos de jóvenes…”.
Una credencial del INE estaba a nombre de Edgar
Fabián Solís Santamaría, con domicilio en Tlajomulco de Zúñiga. Una más
perteneció a un vecino de Cortazar, Guanajuato: Eduardo Lerma.
Había un cuaderno que tenía escrito: “Reclutados 50 hombres y
9 mujeres, 69 hombres y 9 mujeres”. Y había una carta que decía: “Mi amor si
algún día ya no regreso, solo te pido que recuerdes lo mucho que te amo…”.
Las atroces imágenes se divulgaron. Una decena de personas
creyó reconocer maletas o mochilas que habían pertenecido a sus hijos. En un
país que nos depara cada día un nuevo horror, el campo de la muerte de
Teuchitlán expresa con claridad brutal las dimensiones de la tragedia
humanitaria en que nuestro país se halla hundido.
Pero a ese país, nadie, absolutamente nadie, convoca a
defenderlo. Tristemente, para ese país no hay Zócalo lleno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario